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domingo, 16 de mayo de 2010


Concurso Literario
La Serna 2010
Fallo del jurado




Al igual que sucedió en la convocatoria del curso anterior, el Concurso Literario La Serna se celebra en la modalidad presencial. Los alumnos participantes se reúnen en un aula y los profesores dan lectura a los temas sobre los que puede versar su narración. También son informados de las limitaciones de tiempo (una hora y treinta minutos) y de aquellos temas o recursos narrativos que no pueden utilizar.
Este año, para el concurso de narración los temas eran Animales heridos y Unas vacaciones infernales. Las limitaciones narrativas se reducían a tres lugares comunes, y así estaba prohibido que al final todo hubiese sido un sueño, que en algún momento del relato apareciese la policía con papel relevante o, en fin, que hubiera monstruos que participasen en la trama.
El cuento Una jornada, de Alejandro Corvera, de 1º de ESO A, es un relato sencillo y bien proporcionado. Llamó la atención del jurado la limpieza y precisión del castellano que utiliza, su falta de pretenciosidad, y un agradable sabor a novela de aventuras infantiles que, con esa misma prosa, podría haber continuado sin contratiempos en una narración de más envergadura.
El segundo premio de esta sección fue para Rubén Jiménez, de 2º E de ESO. En este caso Rubén ensaya el tema del viaje desastroso, con una prosa muy bien escrita que deja aquí y allá la firma de un humor entre estoico y socarrón.
Los premios correspondientes al segundo ciclo de ESO han sido para Helena Martín y Raquel Suela, alumnas ambas de 4º C de ESO. Son dos relatos muy distintos. El de Helena es una reflexión en el momento en que alguien se alegra de haber dado un giro a su vida. Helena utiliza el tema de los animales heridos para establecer una hermosa comparación entre nuestras necesidades y las de los animales. Su lectura es una invitación a despojarnos de aquello que no sólo nos separa de ser animales sino también de ser personas.
El relato de Raquel Suela, quien, como Helena, adoptó el tema escogido como título, es más bien el apretado argumento de una historia que se adensa en especulaciones narrativas. En el final flota el recuerdo de las arquitecturas literarias llenas de siniestros espejismos, y durante todo el relato esa inquietud de las visiones que, más que ser de horror, hablan del horror.
En el apartado de Bachillerato hemos vuelto a contar este año con otro magnífico relato de Miguel Hernández, de 2º A, que ya el año pasado ganó el certamen. En esta ocasión, sin embargo, un sorprendente relato de Sonia Rodríguez se alzó con los máximos honores.
El relato de Miguel Hernández es de una madurez literaria incuestionable. Alguno de sus párrafos es un excelente microrrelato, por ejemplo este:
“Una vez vi a una mujer atropellar a un perro en una carretera. Pegó un grito, se asustó muchísimo, bajó, lo miró con lágrimas en los ojos, se agachó a comprobar si estaba vivo, y se fue. Yo iba con mi hermana. Me acerqué a él, me agaché, me volví hacia ella, que estaba muy impresionada, y nos fuimos en silencio. Solo al llegar al cartel de entrada al pueblo le dije que el perro estaba vivo.”
El relato entero es también un ejercicio metaliterario, una búsqueda activa del sentido que para el autor encierra la expresión animales heridos. Y, en los tiempos de la no ficción, un relato estrictamente moderno. Miguel Hernández, con asepsia no violenta, pero muy lúcida, va anotando las metáforas de la realidad, les da la vuelta y las enfrenta con la pequeñez del ser humano. El final traspasa las borrosas fronteras de la reflexión y el relato y las eleva directamente a poesía. Este relato no tiene un orden de acontecimientos sino de emociones, y está, como siempre, muy bien escrito.
El jurado discutió acaloradamente a la hora de conceder el primer premio para Bachillerato, porque al relato de Miguel Hernández se le había unido, con sorprendente ligereza, el hermoso cuento de Sonia Rodríguez, El aviador estrellado, modélico en sus proporciones, en la intensidad de su prosa, en la claridad que transmitía. Sorprendió su estilo un tanto ajaponesado, como de cuento zen. Este mismo tema, tan delicadamente tratado, pero con variantes argumentales completamente diferentes, es el del delicioso cuento Sinnin, de Rionosuke Agutagawe. Sonia Rodríguez lo ha resuelto sin una palabra de más. Y muy probablemente sin una palabra de menos.
El último premio de creación literaria, el de poesía, fue a parar al poema Casi parecido, de Elisa López–Vázquez. Lo que agradó de su composición fueron sus buenas maneras poéticas, su facilidad para dominar el ritmo y emplearlo como cañamazo de imágenes que surgen y discurren como un río. El mismo método, la cascada de imágenes con frecuentes anáforas deliberadamente simétricas, es un acto poético libre de prejuicios y lleno de un imaginario urgente que es donde mejor se aprecia lo que de poesía queda en un poema. En esta salmodia de comparaciones, en este torrente rítmico van saltando imágenes como salmones, y todas ellas tienen una característica que las une: todas están vivas y hablan de nosotros, son imágenes reales, tragedias en dos palabras, verdades desapercibidas, objetos que nos avisan. Imágenes felices, como se decía antiguamente. Y es, por encima de todo, una voz, un punto de vista, una manera de ver el mundo, que es lo primero que pedimos de un poeta.

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