MIGUEL HERNÁNDEZ murió en 1942. Oficialmente murió de tuberculosis, así lo atestigua su partida de defunción. En realidad, el régimen del general Franco, vencedor en la Guerra Civil, dejó cruelmente que la enfermedad ejecutara la sentencia de muerte que le había sido conmutada antes por la de treinta años de prisión.
Pero no queremos hablar de muerte ahora, pese a ilustrar estas palabras con la lápida de la tumba del poeta en Alicante. Queremos hablar de vida, incluso nos atrevemos a hablar de inmortalidad, la inmortalidad que da el arte, la inmortalidad de las obras que sobreviven a su creador, la única inmortalidad, al menos para muchos, que existe.
Pero ni esa inmortalidad está asegurada. Igual que las personas mueren de verdad, muchos años después de haber sido enterradas o incineradas, cuando las personas que las conocieron y amaron dejan de mantenerlas vivas en su recuerdo, o ellas mismas mueren, así los creadores mueren también cuando sus obras dejan de ser recordadas y desaparecen en el olvido.
Responsabilidad de los pueblos es que eso no ocurra, responsabilidad de sus instituciones -con la institución escolar a la cabeza-, responsabilidad de los profesores, pero, sobre todo, responsabilidad de los lectores que, cuando abren las páginas de un libro, dan nueva vida a una obra, la reviven, la inmortalizan.
MIGUEL HERNÁNDEZ, como otros grandes escritores y artistas, seguirá vivo mientras leamos sus obras, mientras escuchemos su música, mientras contemplemos los edificios que construyeron, los cuadros que pintaron, las esculturas que esculpieron, las películas que rodaron... Si el centenario del nacimiento de MIGUEL HERNÁNDEZ, que hoy mismo se cumple, ha servido para reavivar la llama del conocimiento de su obra, para revivirla, habrá servido para algo. Si este Blog ha contribuido a que tan solo una persona se haya acercado a sus versos, habrá justificado -eso nos gustaría creer, al menos- su existencia.
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