Mas usted, Azorín, no es un político influyente ni, claro está, una gloria nacional. Esto quiere decir –llamemos a las sosas por sus nombres- que usted, amigo Azorín, casi no es nada. Es usted un artista exquisito que ha elaborado unas ciertas páginas egregias, cuya belleza pervivirá libre de corrupción. Nada más, nada menos, y a ello se dirige nuestro aplauso, que esta vez es un puro aplauso, que esta vez proviene automáticamente de una de esas súbitas dilataciones del ánimo que ante una perfección, aparezca donde apareciere, experimenta todo hombre honrado y sensible. Yo no creo que fuera indiferente cultivar en nuestra sociedad de un modo intenso este lujo espiritual, propio de las almas bien nacidas, que estriba en exigir, dondequiera y en todo instante, el reconocimiento de los méritos positivos, dando cara a la envidia, a la ligereza, al desdén y a la desatención. Donde esto no se ejercita, pierde la vida pública toda perspectiva y jerarquía, triunfa la ineptitud y se pone a gobernar la astucia.
Recoja usted este aplauso que encierra el sentido más inmediato y claro de nuestro homenaje. Va dirigido a su musa, musa meditabunda, recatada, que difunde blandos aromas sin que se sepa dónde los da, y por esto, en la selva literaria viene a representar la violeta.
Como otro año, según usted nos ha referido, los Sanchos de Criptana le tomaron en volandas y le condujeron a un lugar de la Mancha, le traemos hoy a este sitio de románticas emanaciones, en alusión al carácter de su poesía, que enlaza el clasicismo español con las inquietudes del año 1913. Es usted, después de Galdós, quien ha dirigido una mirada más afectuosa a esos años del siglo XIX, humildes por su resultado, pero sembrados de fervor y sacudidos por un fuerte dinamismo. Viniendo a un lugar como éste, nos parece penetrar en una de las páginas que usted ha compuesto, tejidas con reminiscencias y temblores sentimentales.Otros dirán ahora los sentidos más complicados de esta fiesta.
José Ortega y Gasset, 1914
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