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miércoles, 11 de marzo de 2009

Fiesta en aranjuez

Amigo Azorín: Esta fiesta tan sencilla, que a usted dedicamos, tiene, como los ensueños, varios sentidos. El más complejo y trascendente preferiríamos que usted mismo se encargara de interpretarlo. El más sencillo y próximo no es, sin embargo, el de menos importancia moral, y consiste en que nos hemos juntado aquí unas cuantas gentes dispuestas a otorgar con fruición el santo sacramento del aplauso. Dedícase éste con largueza al político influyente, y entonces el aplauso significa, a la verdad, un acto de postulación inferior o un gesto de odio que hacen nuestros instintos contra el enemigo. Otras veces se aplaude a las glorias nacionales: tampoco son éstos puros aplausos. En las llamadas glorias nacionales solemos aplaudirnos un poco cada cual a sí mismo.
Mas usted, Azorín, no es un político influyente ni, claro está, una gloria nacional. Esto quiere decir –llamemos a las sosas por sus nombres- que usted, amigo Azorín, casi no es nada. Es usted un artista exquisito que ha elaborado unas ciertas páginas egregias, cuya belleza pervivirá libre de corrupción. Nada más, nada menos, y a ello se dirige nuestro aplauso, que esta vez es un puro aplauso, que esta vez proviene automáticamente de una de esas súbitas dilataciones del ánimo que ante una perfección, aparezca donde apareciere, experimenta todo hombre honrado y sensible. Yo no creo que fuera indiferente cultivar en nuestra sociedad de un modo intenso este lujo espiritual, propio de las almas bien nacidas, que estriba en exigir, dondequiera y en todo instante, el reconocimiento de los méritos positivos, dando cara a la envidia, a la ligereza, al desdén y a la desatención. Donde esto no se ejercita, pierde la vida pública toda perspectiva y jerarquía, triunfa la ineptitud y se pone a gobernar la astucia.
Recoja usted este aplauso que encierra el sentido más inmediato y claro de nuestro homenaje. Va dirigido a su musa, musa meditabunda, recatada, que difunde blandos aromas sin que se sepa dónde los da, y por esto, en la selva literaria viene a representar la violeta.
Como otro año, según usted nos ha referido, los Sanchos de Criptana le tomaron en volandas y le condujeron a un lugar de la Mancha, le traemos hoy a este sitio de románticas emanaciones, en alusión al carácter de su poesía, que enlaza el clasicismo español con las inquietudes del año 1913. Es usted, después de Galdós, quien ha dirigido una mirada más afectuosa a esos años del siglo XIX, humildes por su resultado, pero sembrados de fervor y sacudidos por un fuerte dinamismo. Viniendo a un lugar como éste, nos parece penetrar en una de las páginas que usted ha compuesto, tejidas con reminiscencias y temblores sentimentales.Otros dirán ahora los sentidos más complicados de esta fiesta.
José Ortega y Gasset, 1914

martes, 17 de febrero de 2009

Modernismo y 98

He visto ayer por una ventana un tiesto lleno de lilas y de rosas pálidas, sobre un trípode. Por fondo tenía uno de esos cortinajes amarillos y opulentos, que hacen pensar en los mantos de los príncipes orientales. Las lilas recién cortadas resaltaban con su lindo color apacible, junto a los pétalos esponjados de las rosas té. Junto al tiesto, en una copa de laca ornada con ibis de oro incrustados, incitaban a la gula manzanas frescas, medio coloradas, con la pelusilla de la fruta nueva y la sabrosa carne hinchada que toca el deseo; peras doradas y apetitosas, que daban indicios de ser todas jugo y como esperando el cuchillo de plata que debía rebanar la pulpa almibarada; y un ramillete de uvas negras, hasta con el polvillo ceniciento de los racimos acabados de arrancar de la viña.Acerqueme, vilo de cerca todo. Las lilas y las rosas eran de cera, las manzanas y las peras de mármol pintado y las uvas de cristal.¡Naturaleza muerta!


RUBÉN DARÍO, Azul


...Unas campanas me despiertan; son tres campanas; dos hacen un tan, tan sonoro y ruidoso, y la tercera, como sobrecogida, temerosa, canta, por bajo de este acompañamiento, una melodía larga, suave, melancólica. Cervantes oiría entre sueños, todas las madrugadas, como yo ahora, estas campanas melodiosas. Aún es de noche; todavía la luz del alba no clarea en las rendijas de la puerta y de la ventana. Y me torno a dormir. Y luego las mismas campanas, el mismo acompañamiento clamoroso y la misma melopea suave me torna a despertar. Ya la luz del nuevo día pinta rayas y puntos vivos en las maderas de las puertas. Unas palomas ronronean en el piso de arriba y andan con golpes menuditos sobre el techo; los gorriones pían furiosos; silba un mirlo a lo lejos... El campo está verde; en la lejanía, cuando he abierto la ventana, veo una casa blanca, nítida, perdida en la llanura; cerca, a la izquierda, un vetusto caserón, uno de esos típicos caserones manchegos, cerrados siempre, que muestra sus tres balcones viejos, con las maderas despintadas, misteriosas, inquietadoras.



JOSÉ MARTÍNEZ RUIZ, AZORÍN, “La novia de Cervantes”, II. En Los pueblos