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jueves, 10 de marzo de 2011

PARTICIPAMOS EN EL CONCURSO DE JÓVENES TALENTOS DE COCA-COLA: PREMIO DE RELATO CORTO


Nos hubiera gustado inscribir a más alumnos de 2º ESO, hasta un máximo de diez,  en este prestigioso concurso, pero pese a nuestra insistencia -nos ha faltado ponernos de rodillas y lo hubiéramos hecho con gusto si hubiera sido necesario- solo hemos podido inscribir a tres.

Estos son los valientes alumnos participantes, por orden alfabético:

Gloria Castaño Muñoz, de 2º B
Rodrigo González Pascual, de 2º C
Irene Herrero Garretas, de 2º C

El próximo 8 de abril, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, tendrá lugar la fase provincial de clasificación. Confiamos en que nuestros tres participantes la superen. Estamos seguros de que representarán dignamente a nuestro instituto.

!Enhorabuena a los tres y a su profesora de Lengua, Isabel Santos!

!ÚLTIMA HORA! (11-3-2011)

Casi en el último segundo hemos logrado inscribir a un cuarto participante en el Concurso de Relato Corto de Coca-Cola. Se trata de Nuría Burgueño Díaz-Jiménez, de 2º B ESO.

!Enhorabuena a Nuria y a su profesora de Lengua, Mercedes Moreno!

viernes, 11 de junio de 2010

Contra la corrupción
Por Javier Viñarás, 2º de Bachillerato B


No resulta sencillo escribir sobre un fenómeno como este, pero para tratar de hacerlo cabría definir qué es la corrupción. ¿Es una alteración del orden? ¿Es una actitud inmoral? ¿Se sale de los límites de la justicia? Respecto a la primera de estas tres cuestiones, cabe puntualizar y profundizar en la definición del mismo orden. Si este, al igual que la sociedad, surge de un acuerdo normal y voluntario de un colectivo (haciendo referencia a la idea de Hobbes y Rousseau), no cabe duda de que su alteración supone un mal para este mismo colectivo, máxime por el hecho de que este orden ha sido establecido en una carta democráticamente aprobada (como es el caso de una Constitución); pero este principio puede ser un paso en falso, ya que la definición más correcta de democracia es el uso efectivo del poder por una población que no está dividida en clases sociales, culturas, etc… Y puesto que cualquier sociedad se halla muy alejada de esta definición, en cada sociedad habrá por tanto un concepto distinto del orden. Ejemplificando más: lo que en Italia es un caso de corrupción, en Francia no lo es o viceversa. De este ejemplo derivamos una relación con la tercera cuestión: la justicia. Al no haber los mismos cimientos democráticos en unas sociedades que en otras, el concepto de justicia también será distinto al estar subordinado al de orden. Por tanto justicia y orden se unen en una fina cuerda controlada por las manos de un titiritero: el pueblo soberano, sin embargo, deriva su poder en una élite encabezada por un individuo. Dicho sujeto se presta a mantener y modernizar orden y justicia, pero la corrupción nace cuando el personaje en cuestión maneja las cuerdas e hilos en pro de su entidad como ciudadano juzgable con derechos y deberes.
Nadie duda de que aquí reside la corrupción, pero ¿cómo se evita? Deben ser las masas, los auténticos soberanos quienes de igual modo ascendieron a este individuo, los que obliguen a bajar o a cumplir las leyes de la justicia y el orden; sin importar su cargo, sino su entidad como ciudadano. Pero si las masas no se conciencian ante este crimen, ante esta violación, entonces la democracia habrá caído para dar lugar a la oligarquía.
¿Dónde debe buscar la población su energía? ¿De dónde debe beber para fortalecerse y luchar por su justicia? De la segunda cuestión: de la moral. El individuo perteneciente a las masas debe examinar su actitud, sus actos conformes a la ley y orden establecidos por él mismo, y a partir de su perfecto cumplimiento comprenderá cuáles son las causas que deben motivarle a luchar por su justicia.
El imperativo categórico, la moral universal, encenderá a las masas para que estas, a partir de los medios democráticos, acaben con los enemigos de su propia sociedad.
Pero los sujetos deben ser conscientes, deben desearlo, deben conocer. Deben ser conscientes de su realidad política y de cómo un papel, una movilización pacífica, una protesta, una crítica constructiva, es mucho más poderosa que cualquier bala de cualquier ejército.
Su moral, su propia justicia anterior, serán los héroes de la democracia frente a los intereses de las élites.

domingo, 16 de mayo de 2010

Ganadores del Concurso Literario
La Serna 2010

Primer premio de narración para alumnos de primer ciclo de ESO.

Alejandro Corvera
Una jornada



En la agitada selva del Amazonas resonaba, apagado, un gemido. Era el gemido de un lince malherido. Carlos se percató del sonido continuado y avisó a sus compañeros.

–Marisa, Fernao –susurró Carlos.
Sus dos compañeros, alarmados por la llamada del joven, volvieron la cabeza. Carlos les hacía señas para que fueran a su posición.
–¿Qué pasa, Carlos? –preguntó Marisa.
–Es un lince –respondió Carlos.
Los tres muchachos corrieron hacia el lugar de origen del llanto. Un lince de color pardo yacía tendido en la orilla del río, moviéndose lentamente. Una enorme herida se adivinaba en el maltratado cuello del animal.
–Debe de ser un mordisco de cocodrilo –dijo Fernao, agachándose a examinar la herida–. Habrá ido a beber al río y un cocodrilo le habrá mordido. El lince, aunque malherido y con su vida pendiendo de un hilo, se debatía en la lucha contra la muerte.
Carlos sacó el botiquín de primeros auxilios. Empezó a tratarlo en cuanto sacó los instrumentos necesarios. Pasaron diez minutos…, veinte…, cuarenta…, una hora. ¡Qué buen resultado! El lince, como un perro alegre, daba saltos de lo bien que estaba…, y todo gracias a Carlos, Fernao y Marisa.
Veréis, los tres son voluntarios en una asociación de protección de animales. Van por las selvas y bosques en busca de animales malheridos o enfermos y cuidan de ellos hasta que estos se recuperan. El lince estaba mejor, mas necesitaba más cuidado. Fernao, el mayor de los tres, lo llevó a la furgoneta para llevarlo a la clínica veterinaria que la asociación tenía allí. Por suerte, estaba cerca. Carlos y Marisa fueron a buscar más animales necesitados de ayuda.
Después de media hora, con Fernao ya con ellos, cuando se dispusieron a buscar más animales heridos, oyeron un grito a no mucha distancia.
Al encontrar al animal, un charco de sangre bañaba su pequeño cuerpo. Era una gacela.
Como alma que lleva el diablo, los tres se encargaron del pequeño mamífero, que gemía de forma espantosa. Al cabo de un rato la gacela estaba ya recuperada.
Cayó la noche y los tres jóvenes acabaron la jornada. No estaba anda mal, pues han ayudado a dos animales. Sin embargo, todavía quedan muchos animales que necesitan mucha ayuda, y es obligación nuestra contribuir a que puedan vivir mejor respetando su ecosistema, o no cazar ni pescar furtivamente.
Ganadores del Concurso Literario
La Serna 2010

Segundo premio de narración para alumnos de primer ciclo de ESO.

Rubén Jiménez
Lo que viene siendo un caos

Todo empezó cuando mis padres me propusieron ir un año de vacaciones al Reino Unido.

La verdad es que me gustaba la idea de poder visitar lugares fuera de España y, sobre todo, el hablar inglés perfectamente, pero no me hacía demasiada gracia el tener que dejar durante un tiempo ya no solo mi casa, mi ciudad, sino incluso mi país.

Al final, después de pensarlo mucho, decidimos ir. Preparamos las maletas con todo y nos fuimos al aeropuerto.

Nada más llegar ya se presagiaba lo que nos esperaba: el aeropuerto lleno, la gente yendo y viniendo con un descontrol increíble y chocándose continuamente, retrasos múltiples de aviones… Lo que viene siendo un caos.

Después de varias horas conseguimos, al fin, poder embarcar y montar en el avión, aunque después de muchas pegas de los trabajadores, por el reparto de peso en las maletas. Una vez que íbamos a despegar, yo estaba nervioso después de tanto alboroto, pero todo marchó bastante bien.

De repente, abrí los ojos y vi que ya habíamos llegado, me había quedado dormido después de tanto sobresalto.

Recogimos los equipajes, esperamos hasta encontrar la persona encargada de recogernos, el típico hombre con traje que sostiene un cartel con el nombre de la familia a la que va a atender.

Pero por más que esperamos… Nada, aquel hombre no aparecía; así que decidimos salir de aeropuerto para pedir un taxo.

Ahora entiendo lo que siente un guiri cuando viene a España: cada taxi que pasaba, mi padre se hartaba a hacerles gestos para que parasen, pero nada, que no había manera.

Para colmo, empezó a llover, y cuál sería nuestra torpeza de ir al Reino Unido sin un solo paraguas. Nos cobijamos en la carpa de un restaurante, donde duramos bien poco, pues en cuanto vieron que no íbamos a entrar, empezaron: Go Away!

Así es que nada, sin taxi, sin llegar al hotel y, encima, mojados. Esperamos un rato sentados en unos escalones, cuando paró de repente un coche lleno de bollos, arañazos, descolorido… El conductor abrió la puerta del copiloto y se dirigió a mi padre: “¡Vamos! ¡Subi9d!, dijo entusiásticamente, con un acento propio de un inglés hablando español.

–Sois los Jiménez, ¿no? Pues venga, que os llevo al hotel.

El coche olía peor que un puerto de pesca, y el taxista, si es que lo era realmente, no dejaba bajar las ventanillas, pues parece ser que le encantaba aquel pestazo.

Llegamos al hotel, que, la verdad, tenía una increíble fachada, ¡era preciosa! Entramos y, al momento, empezaron a venir asistentas para todas las necesidades (subie equipaje, darnos la llave, mostrarnos el camino hasta la habitación, el del comedor…). Después de todo, quizás había merecido la pena tanta tortura.

Por la noche, ya vestidos con ropa seca, fuimos al comedor principal a cenar. Había todo tipo de comida y encima era un buffet libre.

Acabamos llenísimos y con un increíble sueño, después de tanto trajín de viaje, era de esperar.

A la mañana siguiente, cuando nos levantamos, notamos algo raro en la habitación : ¡nos faltaban cosas!

Bajamos a la recepción y, en vez de estar las mujeres que tan bien nos atendieron el día anterior, había unas ancianas refunfuñando todo el rato, haciéndose el sueco cada vez que mencionábamos que faltaban cosas.

Hartos, decidimos irnos del hotel y, andando, con tal de no ir otra vez en el coche de el hombre ese que era un guarro, llegamos al aeropuerto y cogimos el primero vuelo con destino a España. La verdad es que esta segunda vez todo transcurrió mucho más rápido y de mejor modo que en el viaje de ida.

Ganadores del Concurso Literario
La Serna 2010

Primer premio de narración para alumnos de segundo ciclo de ESO.

Helena Martín
Animales heridos

Se acercaba la hora de partir. Hacía un año que Amanda había llegado a aquel campamento, instalado en pleno corazón de África, con el objeto de participar en aquella importante labor social que le había colmado, durante trescientos sesenta y cinco días, el corazón de sueños e ilusiones, y mientras recogía las pocas pertenencias que allí le era posible tener, hacía el balance de aquel año de esfuerzo y sudor, de emociones y lágrimas, pero sobre todo de felicidad, plenitud y satisfacción, de aquel año que había cambiado por completo su vida, que la había cambiado a ella para siempre.
Cuando Amanda vivía en Madrid, todos los días le parecían iguales, grises, monótonos. Se limitaba a ir de casa a la Facultad, y de la Facultad a casa, y si bien desde niña aquello que más le entusiasmaba (por no decir lo único) eran los animales, y a pesar de que estudiaba para veterinaria, el tiempo que le ocupaba el estudiar le resaba de hacer otras cosas. La rutina la había convertido en una máquina, en un hongo sin vida. Amanda estaba enferma. Enferma de abulia y apatía, porque nada le llenaba el alma, nada la inspiraba, nada la conmovía, no tenía ilusiones ni sueños. Bueno, en realidad sí que tenía un sueño: dedicarse de forma plena a los animales. Sin embargo, Amanda pensaba que en aquella sociedad jamás podría ver su sueño culminado, pues por muy buena que fuera en su profesión, y por muy grande que fuera su amor por la naturaleza, en aquella sociedad nadie era libre de escoger su camino. Al final todas las personas acababan viviendo de la misma forma: vistiendo ropas iguales, viviendo en casas iguales, teniendo familias iguales, desempeñando trabajos aburridos, monótonos e iguales… Y dado que el sueño de Amanda iba mucho más lejos que todo aquello, la joven jamás sintió la emoción de lanzarse a la aventura, de darlo todo por su ideal. No hasta que le ofrecieron formar parte del voluntariado de aquel proyecto, que consistiría en instalarse durante un año en pleno corazón de la sabana africana, y, además de participar en labores de ayuda hacia los poblados más desfavorecidos, vacunar, curar y cuidar de animales heridos.
Fue entonces, y solo entonces, cuando Amanda comenzó a sentirse viva, cuando empezó a sentir la ilusión ante el provenir, ante la tarea por realizar.
En efecto, durante aquel año, había hecho llegar el agua a varias aldeas, junto a sus compañeros, había repartido alimentos, incluso había impartido alguna que otra clase a aquellos niños que no tenían la suerte de poder asistir a la escuela. Había contemplado ante sus ojos paisajes que jamás habían osado dibujarse en la librete de su imaginación, la cual había permanecido blanca, intacta hasta el momento. Había vacunado y cuidado de animales, había curado sus heridas, poniendo en práctica para ello todo cuanto sabía. Pero sobre todo había convivido con los seres vivos de aquel lugar, había adoptado como propia la cultura de sus gentes. Ella había viajado a África para curar animales heridos, pero habían sido estos quienes la habían curado a ella. ¿O es que era ella también un animal herido? Sí, sin duda alguna lo era, era un animal herido y enfermo . Enfermo de vivir en aquella sociedad, obtusa, cerrada a otros mundos a otras culturas, donde predominaban el miedo y el odio, donde no había lugar para los pensamientos libres, enfermo de vivir sin tener vida, huérfano de ilusiones y sentimientos, enfermo de contempla cada día, impotente, cómo ante sus ojos más animales heridos, animales de rebaño, se dejaban encerrar en estrechos rediles, maleables, encandilados por la voz del pastor, una voz única, absoluta, incuestionable.
Gracias a aquel año se había sentido útil por primera vez, y era esto lo que le había hecho, también por primera vez, abrir los ojos, ver, sentir la vida, saber que nada es imposible de llevar a cabo. Era la experiencia que había vivido, todo lo que había visto: la miseria, el hambre, la enfermedad. Y fue entonces cuando supo que la ilusión, los sueños, el estímulo que supone la esperanza de cambiar el mundo y el porvenir, constituían la única cura existente para los animales heridos, para todos aquellos animales heridos que la rodeaban en su entorno habitual, para la humanidad.
Se acercaba la hora de partir, el alba despuntaba, y la luz penetraba a raudales por los resquicios de su cabaña y se veían raudales de luz, los del lugar que la había visto verdaderamente nacer, lo que le otorgarían el poder de la visión, los que iluminarían ya para siempre su vida.
Ganadores del Concurso Literario
La Serna 2010

Segundo premio de narración para alumnos de segundo ciclo de ESO.

Raquel Suela
Unas vacaciones infernales

Samantha cerró su bolso y se dispuso a abandonar la casa. Una sonrisa brillaba en su boca, sobre todo el diamante que hacía unos días se había implantado en un diente.
Estaba feliz, se sentía dichosa. Por fin iba a conseguir lo que quería, y lo obtendría por la mitad de precio que había imaginado. O por el doble.
Se dirigió a la estación de tren. Se informó sobre los horarios y, viendo que el que la dirigía donde ella deseaba se demoraría entre media hora y unos cuarenta y cinco minutos, decidió hacer una visita a la cafetería de la estación.
El propietario de aquel bar era un hombre sucio, grosero y con mugre entre las uñas de los pies, que se veían a través de sus sandalias roídas y llenas de moho.
Le preguntó qué deseaba, pidió un vaso con agua del tiempo, y en el sucio mostrador, un vaso polvoriento fue llenado por él de agua del grifo calenturienta.
Como le pareció una falta de educación, se tomó la molestia de comprar un pequeño pincho para almorzar durante el viaje.
Se despidió del dependiente, salió de la cafetería y se dispuso a sentarse en un banco cercano a las vías. En él, una señorita joven, de aspecto cansado, portaba a un crío de poca edad en brazos. Se acercó para preguntarle la hora. Muy amablemente susurró que eran las cinco en punto. Le dio las gracias y ella volvió a su postura anterior, tambaleándose sobre sí misma con la criatura, esta vez en su regazo.
A falta de cinco minutos para que finalizara el plazo para la llegada tardía del tren, oyeron un extraño chirriar en las vías que nos despertó de nuestros ensimismamientos.
Entró apresuradamente en el vagón y se sentó lo más cerca que pudo de la ventana de emergencia. Sin saber muy bien por qué, viajaba aterrada. Toda la gente con la que se había cruzado era de una rareza extrañísima. No pasaba nada, en dos horas estaría disfrutando del clima cálido de su destino.
Le habían encargado traducir unos documentos oficiales en una de las oficinas del Ministerio de Decretos Provinciales de un pueblo cercano a Andarías, su ciudad natal, situada en la frontera entre Martinico y la Española, dos islas preciosas separadas por un lilo de mar. ¡Qué tropical le pareció todo! Normal, en aquellas tierras casi todo lo era. Ya se arrepentiría de haber aceptado el trabajo. Un sentimiento atroz se apoderaba por momentos de su alma, y ni siquiera sospechaba a qué se debía. Muy pronto intuyó que algo en aquel vagón no marchaba bien.
La joven rubia que había hallado en la estación de trenes de Andarías había desaparecido.
Incluso Samanha recordaba haberla visto subir a aquel vagón, cargada con el carrito de la niña y un cesto de mimbre. También recordaba el asiento exacto en el que se situaban. Lo que no recordaba era el momento exacto en que, tanto la joven señorita, como el carrito, habían desaparecido de su campo visual. Sólo quedaba la niña, cuya pequeña cabeza asomaba entre el asa de la cestita de mimbre y su respectiva tapa.
Por fin llegó a su destino. Pero no podía abandonar a esa criatura allí. Le dio un vuelco al corazón, tomó la niña en brazos, encargó a un muchacho negro que cargara el equipaje hasta el hoterl, mientras se dirigía apresuradamente al punto de informació o recepción. En la cesta había también un bibierón de plástico, en el cual sobraban unos mililitros todavía, también una cartilla médica y un documento nacional de identidad perteneciente al padre de la criatura.
Luego le informaron de que todos esos papeles eran falsos, de que la criatura había sido abandonada por la madre y de que el padre cumplía condena por robo con fuerza en una prisión de San Petersburgo.
¡Cuántos territorios recorridos entonces!
Más relajada, y dejando a la niña en buenas manos, se dirigió a un lujoso hotel. Lo primero que hizo fue darse una mortífera ducha de sengre en su estancia. Alguen había aprovechado cuando el muchacho negro entró, para aguardarla desde el lado oscuro. O por el doble de dinero, había sido comprado para matarla.
En aquellos lugares alejados de la mano de Dios y, sobre todo, de cualquier tipo de justicia humana, se cometían muchos crímenes políticos, que ni por asomo serían investigados. Por supuesto, este no iba a ser la excepción.
Las oficinas a las que debía dirigirse para ocupar su puesto al día siguiente por la mañana reclamaron su ausencia en la embajada.
Imposible ya de recuperar era el cuerpo.
La investigación llegó más lejos de lo que se esperaba. Lo que habrían sido unas vacaciones pagadas, solo por traducir unos cuantos textos, se había convertido en la daga que apagaba la luz de su vida.
Samantha tenía un novio. O mejor digamos tuvo. Siempre quiso ir a vivir a ese lugar. Cuando Samantha le comunicó la noticia de que se hallaba en estado de buena esperanza, a su novio Dominique se le hizo un nudo. Él tenía la ilusión de ser padre algún día, pero aquella noticia tan inesperada le marcó profundamente.
Él no podía mantener una familia, vivía en la pobreza más extrema, tenía que robar para poder alimentarse, decidió que nunca más volvería a pasarle otra vez lo mismo, acabar en la cárcel por mantener una familia. Por eso mató a Samantha, embarazada de su criatura, justo antes de sus vacaciones, justo antes de que descubriera que el padre de la criatura abandonada en el tren era él.
Ganadores del Concurso Literario
La Serna 2010

Primer premio de narración para alumnos de Bachillerato.


Sonia Rodríguez
El aviador estrellado

Una pequeña vida entre sus manos, con un corazón rápido y pequeño, tan rápido que si intentara contar sus latidos seguro que se saltaría alguno; nota cómo ese corazón da vida al pequeño ser, cómo lucha por seguir dándosela.
Ágata ha hecho un cofre con sus manos y lo protege como si fuera un tesoro, para ella la vida lo es.
La abuela Clara vive en un pueblo muy pequeño, tan pequeño que si parpadeas cuando pasas al lado te lo pierdes. La abuela fue enfermera, en sus años mozos, como dice ella, pero ahora todos los raspones de Ágata los cura con besos y galletas, eso sí que es medicina, dice ella. Ágata piensa que su abuela lo sabe todo, y es de esas mujeres que también lo pueden todo, así que como Ágata le ha dado a su abuela poderes sobrenaturales se apresura al correr por el bosque con las manos en cofre contra el pecho, y la esperanza de que el corazón siga latiendo.
Los pájaros no entienden de vendas, ni de medicina, ni de huesos. Los pájaros entienden de viento y de cielo, de corrientes de aire y de nubes, entienden de aterrizar, incluso de malos aterrizajes. Pero no entienden cómo un hueso roto en sus pequeñas alas hace que no puedan volar, no entienden y se desesperan, los ves en el suelo con su ala rota, aleteando desesperados para volver al cielo.
Por suerte la abuela de Ágata es enfermera, y Ágata sí que entiende, sabe de huesos, heridas, besos, galletas y esperanzas.
La abuela de Ágata está sentada en las escaleras de su cas a y asiste al espectáculo de ver correr a su nieta como si le fuera la vida en ello, ante ella se para una Ágata de mejillas arreboladas y respiración alterada, que abre las manos, la mira apenada y le dice:
–Tú puedes, abuela, ¿verdad que puedes ayudarle?
–Claro que sí –responde.
Ágata asiente aprobadora.
–Eso le he dicho yo.
–Si se lo has dicho seguro que ahora está mucho más tranquilo.
Los pájaros que se rompen un ala no suelen sobrevivir, pero hay pájaros con suerte, pajarillos que se encuentran con nietas de enfermeras.
–Eres un pájaro con suerte. Sólo extiende las alas y vuela.
Ganadores del Concurso Literario
La Serna 2010

Segundo premio de narración para alumnos de Bachillerato.


Miguel Hernández
Cojo de una pata



Me pregunto qué siente una araña cuando un niño le arranca una pata.

Es algo que nunca he hecho, por las razones que podrían resumirlo con bastante precisión en las palabras aracnofobia y respeto. Pero he visto hacerlo de niño y siempre he sentido curiosidad. Coger insectos, o un polluelo caído de un nido, y cuidarlo, es una cosa. Torturarlos, arrancarles una pata, estrellar un polluelo contra una pared de ladrillo de la fachada de un colegio, son otra.

Aunque no lo creamos a veces el hombre es el animal más simple de todos. No me interesa lo más mínimo lo que pasa por la cabeza del niño que mata al polluelo. Pero qué sentirá la araña (yo siempre la imagino como una de esas que tienen las patas muy largas y el cuerpo muy pequeño) al huir o intentar huir del niño trastabilladamente y apoyando por reflejo o instinto una parte que ya no existe.

Tampoco me interesa lo que pasará por la cabeza de una persona que dedica dos horas libres o laborables a anidar animales heridos en un refugio, pues pecando de cinismo quizá les meto en el mismo saco que al niño que ríe al ver al polluelo, de piel marronácea, translúcida, estallar contra la pared. Y, en muchos casos, la simplificación es correcta. Pero qué sentirá un perro, viejo ya, cojeando de una pata los pocos días que le quedan mientras su piel dañada por la vejez o la enfermedad anuncia que dentro de poco no fallará solo esa parte.

Un águila con un ala dañada. Se la ve renqueante, el resto de la fauna atenta, tanto antiguas víctimas como futuros verdugos. Un ser humano en una situación similar sentiría quizá desesperación, rabia, impotencia, vergüenza. Cojos de un ala. Tocados de un ala.

Un torero siente pánico, un temor que le seca la boca y la deja embarrada, la mandíbula batiente, la rigidez inevitable en el momento y que esperas evitar para tu futuro inmediato. Lo tienes fácil: no salgas. Me pregunto si, avanzando la faena, el toro, como el minotauro de Borges, ve en él su verdugo o su libertador, o su vía de escape de ese particular laberinto jaleante. La herida del costado sangra. Un animal herido es presa fácil. Si no puedes correr, cazar, huir…, tienes pocas probabilidades de sobrevivir. Sí que me intriga el niñato de la gorra que se ríe del viejo sabueso cojo. También se reiría de una persona sin una pierna. O del polluelo. O de la niña de los gusanos de seda. El más cojo de todos. En el país de los ciegos… el cojo es un chiste con pata.

Me pregunto qué siente un niño cuando una araña le arranca una pierna.

Si no fuera por gente voluntariosa que cuida de los animales heridos, las víctimas de los descuidos humanos al volante de un Volvo o del sadismo inconsciente de otros no tan humanos, no habría salvación para muchos de estos animales. Y pensar que muchos de ellos solo tratan de ocultar su propia vanidad, remordimiento, por qué no, su propia cojera.

Puede que el dolor de la araña sea equivalente al del niño. Si me apuras, será una cuarta parte.

Somos gatos tuertos ahorcados de una rama ante un cuartucho con muros de argamasa.

No podemos ocultar la huella que dejamos. La araña cojea igual. Una vez vi a una mujer atropellar a un perro en una carretera. Pegó un grito, se asustó muchísimo, bajó, lo miró con lágrimas en los ojos, se agachó a comprobar si estaba vivo, y se fue. Yo iba con mi hermana. Me acerqué a él, me agaché, me volví hacia ella, que estaba muy impresionada, y nos fuimos en silencio. Solo al llegar al cartel de entrada al pueblo le dije que el perro estaba vivo.

Me pregunto qué sintió el perro al mirarle a los ojos, al verlo reflejado en las nubes, su pecho respirando débilmente.
Respeto mucho la labor de los voluntarios de los centros de animales. Si lo hacen por conciencia, son esa clase de gente que es mejor persona que tú hasta un punto que ni te planteas. Si son hipócritas como yo, al verlos tratan de lavar su conciencia o al mentos de ocultar su culpa. Lo cual es casi lo mismo.
Me pregunto si sintió angustia al ver que nos parábamos dos y no lo ayudábamos ninguno.
Se me hace muy difícil imaginarme una nutria herida, o un buitre inválido.
Se me hace muy difícil imaginarme al imbécil de la gorra herido. O cojeando simplemente. O recién atropellado.
Es muy molesto ir cojeando.
Un animal herido es una presa fácil. Si no puedes correr, cazar, huir…, tienes pocas posibilidades de sobrevivir. Salvo que tus predadores estén heridos, salvo que tus víctimas se dejen comer.
Arrastrarse como un animal herido es muy molesto. Al principio. Después el mundo se divide entre los que no se dan cuenta y los que se acostumbran y viven con ello.
Arrastrándose como animales heridos.
Cojos de una pata.