Por Javier Viñarás, 2º de Bachillerato B
No resulta sencillo escribir sobre un fenómeno como este, pero para tratar de hacerlo cabría definir qué es la corrupción. ¿Es una alteración del orden? ¿Es una actitud inmoral? ¿Se sale de los límites de la justicia? Respecto a la primera de estas tres cuestiones, cabe puntualizar y profundizar en la definición del mismo orden. Si este, al igual que la sociedad, surge de un acuerdo normal y voluntario de un colectivo (haciendo referencia a la idea de Hobbes y Rousseau), no cabe duda de que su alteración supone un mal para este mismo colectivo, máxime por el hecho de que este orden ha sido establecido en una carta democráticamente aprobada (como es el caso de una Constitución); pero este principio puede ser un paso en falso, ya que la definición más correcta de democracia es el uso efectivo del poder por una población que no está dividida en clases sociales, culturas, etc… Y puesto que cualquier sociedad se halla muy alejada de esta definición, en cada sociedad habrá por tanto un concepto distinto del orden. Ejemplificando más: lo que en Italia es un caso de corrupción, en Francia no lo es o viceversa. De este ejemplo derivamos una relación con la tercera cuestión: la justicia. Al no haber los mismos cimientos democráticos en unas sociedades que en otras, el concepto de justicia también será distinto al estar subordinado al de orden. Por tanto justicia y orden se unen en una fina cuerda controlada por las manos de un titiritero: el pueblo soberano, sin embargo, deriva su poder en una élite encabezada por un individuo. Dicho sujeto se presta a mantener y modernizar orden y justicia, pero la corrupción nace cuando el personaje en cuestión maneja las cuerdas e hilos en pro de su entidad como ciudadano juzgable con derechos y deberes.
Nadie duda de que aquí reside la corrupción, pero ¿cómo se evita? Deben ser las masas, los auténticos soberanos quienes de igual modo ascendieron a este individuo, los que obliguen a bajar o a cumplir las leyes de la justicia y el orden; sin importar su cargo, sino su entidad como ciudadano. Pero si las masas no se conciencian ante este crimen, ante esta violación, entonces la democracia habrá caído para dar lugar a la oligarquía.
¿Dónde debe buscar la población su energía? ¿De dónde debe beber para fortalecerse y luchar por su justicia? De la segunda cuestión: de la moral. El individuo perteneciente a las masas debe examinar su actitud, sus actos conformes a la ley y orden establecidos por él mismo, y a partir de su perfecto cumplimiento comprenderá cuáles son las causas que deben motivarle a luchar por su justicia.
El imperativo categórico, la moral universal, encenderá a las masas para que estas, a partir de los medios democráticos, acaben con los enemigos de su propia sociedad.
Pero los sujetos deben ser conscientes, deben desearlo, deben conocer. Deben ser conscientes de su realidad política y de cómo un papel, una movilización pacífica, una protesta, una crítica constructiva, es mucho más poderosa que cualquier bala de cualquier ejército.
Su moral, su propia justicia anterior, serán los héroes de la democracia frente a los intereses de las élites.
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