Concurso Literario
La Serna 2010
Fallo del jurado
Este año, para el concurso de narración los temas eran Animales heridos y Unas vacaciones infernales. Las limitaciones narrativas se reducían a tres lugares comunes, y así estaba prohibido que al final todo hubiese sido un sueño, que en algún momento del relato apareciese la policía con papel relevante o, en fin, que hubiera monstruos que participasen en la trama.
El cuento Una jornada, de Alejandro Corvera, de 1º de ESO A, es un relato sencillo y bien proporcionado. Llamó la atención del jurado la limpieza y precisión del castellano que utiliza, su falta de pretenciosidad, y un agradable sabor a novela de aventuras infantiles que, con esa misma prosa, podría haber continuado sin contratiempos en una narración de más envergadura.
Los premios correspondientes al segundo ciclo de ESO han sido para Helena Martín y Raquel Suela, alumnas ambas de 4º C de ESO. Son dos relatos muy distintos. El de Helena es una reflexión en el momento en que alguien se alegra de haber dado un giro a su vida. Helena utiliza el tema de los animales heridos para establecer una hermosa comparación entre nuestras necesidades y las de los animales. Su lectura es una invitación a despojarnos de aquello que no sólo nos separa de ser animales sino también de ser personas.
El relato de Raquel Suela, quien, como Helena, adoptó el tema escogido como título, es más bien el apretado argumento de una historia que se adensa en especulaciones narrativas. En el final flota el recuerdo de las arquitecturas literarias llenas de siniestros espejismos, y durante todo el relato esa inquietud de las visiones que, más que ser de horror, hablan del horror.
El jurado discutió acaloradamente a la hora de conceder el primer premio para Bachillerato, porque al relato de Miguel Hernández se le había unido, con sorprendente ligereza, el hermoso cuento de Sonia Rodríguez, El aviador estrellado, modélico en sus proporciones, en la intensidad de su prosa, en la claridad que transmitía. Sorprendió su estilo un tanto ajaponesado, como de cuento zen. Este mismo tema, tan delicadamente tratado, pero con variantes argumentales completamente diferentes, es el del delicioso cuento Sinnin, de Rionosuke Agutagawe. Sonia Rodríguez lo ha resuelto sin una palabra de más. Y muy probablemente sin una palabra de menos.
El último premio de creación literaria, el de poesía, fue a parar al poema Casi parecido, de Elisa López–Vázquez. Lo que agradó de su composición fueron sus buenas maneras poéticas, su facilidad para dominar el ritmo y emplearlo como cañamazo de imágenes que surgen y discurren como un río. El mismo método, la cascada de imágenes con frecuentes anáforas deliberadamente simétricas, es un acto poético libre de prejuicios y lleno de un imaginario urgente que es donde mejor se aprecia lo que de poesía queda en un poema. En esta salmodia de comparaciones, en este torrente rítmico van saltando imágenes como salmones, y todas ellas tienen una característica que las une: todas están vivas y hablan de nosotros, son imágenes reales, tragedias en dos palabras, verdades desapercibidas, objetos que nos avisan. Imágenes felices, como se decía antiguamente. Y es, por encima de todo, una voz, un punto de vista, una manera de ver el mundo, que es lo primero que pedimos de un poeta.
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